sábado, 12 de febrero de 2011

Niñito cubano que piensas hacer?


Las seis de la mañana, suena el timbre del reloj, mamá se levanta y prepara esa leche bautizada que le compra cada día de por medio al “Bizco”, mientras tranquila bebes soñolienta el preciado lácteo, le toca el turno a papá que sale a esperar esos nuevos cuentapropistas convertidos en ambulantes vendedores de pan; tienes suerte que aunque papá no trabaja con el estado, se las ingenia para que no te falte el desayuno y la merienda diaria, digo, si es que a una rodaja de pan untado en aceite, y un pomo de refresco instantáneo se le puede llamar merienda escolar; sigues con la rutina de cada mañana dentro de aquellos seis metros cuadrados, te aseas para luego vestirte como toda niña pobre pero pulcra, ha pasado una hora y media después del primer sorbo de leche, te encuentras lista, la mochila a la espalda, la javita con la merienda en una mano, en la otra un cuaderno con la poesía que declamarás en el matutino, papá te acompaña hasta la acera, se despiden (me siento extraño, hace más de tres años que no he vuelto a besar sus mejillas), mientras caminas papá te observa pensativo y se pregunta....será que ese camino también la llevará a un futuro incierto? o el peso que lleva en su espalda, solo carga doctrinas innecesarias? es algo prematuro pensar así, pero las experiencias tanto ajenas como propias no me dejan otra opción.

Las doce y treinta del mediodía, suena el timbre, esta vez el de la escuela, papá te espera a la salida en su bicicleta, nuevamente un beso, le entregas la mochila y la javita, te sientas en la parrilla, al llegar a lo que llamamos casa, te quitas el uniforme para ponerte algo fresco porque hace calor; el almuerzo está listo, arina con huevo (amén de los que tengan lo mismo), mientras almuerzas, cuentas sobre esa mañana en la escuela cuando recitaste tu primera poesía, terminas de almorzar, mamá debe de pelear para que te cepilles, lo haces y luego te recuestas en la cama, a las dos y treinta debes volver a la escuela hasta las cuatro de la tarde, papá nuevamente repite la rutina, y así en este ir y venir de la escuela a la casa, y de la casa a la escuela, pones fin a ese rutinario día de estudios.


Esto sucede un día como otro cualquiera en la vida de cada niño cubano, unos con o sin desayuno, otros con o sin merienda, y muchos con o sin almuerzo deben soportar el peso de ésta rutina escolar diaria; puedo decir que hay un exceso abusivo de turnos de clases, que llevan al agotamiento tanto físico como mental, en niños que desde los siete años se les suprime la leche de su canasta básica.Todo esto sucede en la verdadera Cuba, la de los niños desnutridos, la de los niños que asedian al extranjero para llevar algo de dinero a sus lúgubres seis metros cuadrados, o peor aún, la de los niños que se prostituyen con el objetivo de buscar una visa que los conduzca por un camino con un futuro mucho más esperanzador, y que el nuevo peso que lleven en sus espaldas, sea el del bienestar para su familia, aunque el precio a pagar sea el de contemplar el fruto de su pecado desde la distancia; esa verdadera Cuba, es la que nada tiene que ver con la del eslogan de exóticas playas, ardientes mulatas, finos rones y exclusivos tabacos.

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